Como película documental, ciertamente hablamos de una propuesta
con una estructura clara, sólida, aunque a veces con tautologías secuenciales y
con esa melancolía mártir, ya típica en las producciones andinas. Quizá Donoso
o Adoum nos den una pista del porqué. Que su tema se alimenta de algunos
escenarios en la de LFC, es cierto, ¿pero acaso no se sostiene de estos para
hablar principalmente del dolor de su familia?
La película documental es una propuesta intimista: solamente en
los 5 primero minutos, la palabra “yo” se repite como 10 veces, y esto se
refuerza por el primer plano que abre la narración: una cámara/mirada entrando
a la casa de los Restrepo cuya secuencia nos trata de mostrar los espacios
donde residen memorias de la familia y una voz en off que repite “yo” o “mi”.
De igual forma, la insistencia de Fernanda de querer aparecer en escena rompe
esa distancia brechtiana, quizá necesaria, para poder ver el discurso desde una
postura reflexiva, como hizo Claude Lanzmann en Shoa, donde prácticamente
se borra a sí mismo porque sabía que, si no, estaría haciendo una película más
sobre el holocausto judío.
Respetemos, por último, su presencia en escena. De acuerdo.
Pero, ¿no exige, acaso, que esa presencia se envuelva de otras presencias
ajenas a su mundo para poder corroborar su visión de los hechos?
El problema no es el intimismo, pues, en ese sentido Renate
Costa nos ofrece, sí, una propuesta intimista de la muerte de su tío durante la
dictadura de Stroessner en Paraguay, pero no se queda con los documentos
encontrados o los testimonios de sus familiares. Busca, indaga, construye desde
la mirada de otras víctimas ajenas a su círculo, un escenario paralelo donde
uno podía distinguir la dictadura, desde el temor, el llanto, la saudade, la
alegría de esa otra gente. Ahora, ella tenía claro algo, no se puede
reconstruir un escenario tan escabroso como lo fue una dictadura, pues es
imposible sentir el dolor del otro. En lo personal, quien hace eso, es un
canalla o un comerciante, y eso se ve en lo paradójico de su título “Cuchillo
de palo”.
Ciertamente esta película documental de Fernanda se alimenta de
escenarios en la dictadura de LFC, pero elevarla al grado de la
representatividad de lo que pasó en un época, cuando no se hace más que hablar
desde un solo punto de vista, es un poco arriesgado y no muy justo para los más
de 2000 desaparecidos. Ahora, si se quiere que sea así, pues está bien, pero
uno tiene que ser consciente que al salir del cine uno se lleva más un logo que
la representación de una memoria colectiva.
Hay un dicho que dice “mi dolor no es comparable con el de mil
hombres”. Contrario a lo que se piensa, este dicho nos quiere decir que el
dolor de uno es único, así como única la forma de afrontarlo y lucharlo. Si
bien considero arriesgado elevar esta película documental a un grado de
trascendencia histórica y social, sí nos enseña algo igual de valioso: la única
lucha que se pierde, es la que se abandona.
Guayaquil, 30 de enero del 2012
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