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Literatura y cinematografía: lugares encontrados y lugares dispares



Tratar el asunto de la relación entre letras y cine puede implicar tantas variantes, en tanto temas y formatos, que si no se dejan claras no sólo las naturalezas de cada discurso sino también la naturaleza de los rolles desde la cual uno defiende su percepción, podría generar conflictos en más de un público.

Una de esas relaciones que ha generado la más de una discusión, trata sobre la adaptación del libro al cine. ¿En cuántas ocasiones no hemos escuchado decir del público insatisfecho “mejor es el libro”? Y es que si bien ambos son textos, el uno dispone para las páginas lo que el otro para la pantalla. Aun cuando puedan guardar similitudes en construcción de estructuras dramáticas, cada uno tiene su propio lenguaje. Los movimientos de cámara, las variables diegéticas, elementos propios de un tratamiento cuya imagen y sonido se escriben al unísono. Esto habla también del roll del escrito y del escritor. Un guión está concebido para desaparecer y convertirse en otra cosa. Es ya una película, lo que pone al escritor en un plano más audiovisualista que literato, pues este tiene que tener nociones lo más precisas posibles del montaje y de producción. En este sentido, es un error común afirmar que aquel es mejor que tal al ser cada uno de naturaleza distinta de la otra.

Pero entonces, ¿qué es aquello de lo que nuestro público se aqueja periódicamente? El problema de la adaptación quizá no pasa por lo figurativo, la estética de lo representado ni la fidelidad de lo contado, sino por algo antes, el sentido que reside en un texto y busca ser encontrado en esta operación de trasplante a otro cuerpo.

Más allá de esta relación entre libro y cine, en el terreno de la producción, se pueden encontrar otro tipo de alianzas dentro del marco del entretenimiento o el análisis que Jaques Aumont supo distinguir en su Estética del Cine.

Primero, está lo que Aumont llama como publicaciones para el gran público, donde se pueden encontrar magazines dedicados a reportar los datos técnicos del sistema de producción y del star system, rescatando principalmente anécdotas y memorias vagas de sus actores y realizadores, como es el caso de la ecuatoriana Zoom. Considera también publicaciones más elaboradas como las memorias publicadas de reconocidos actores, como Sí, ya me acuerdo, de Marcello Mastroianni, o los libros dedicados a las productoras americanas y sus géneros donde las fotos de archivo pesan más que el texto.

En segundo lugar se consideran las publicaciones para cinéfilos, que incluye trabajos como monografías de directores o también el libro-entrevista donde se tiene El cine según Hitchcock, de Truffaut, como cabecera de este formato. Se consideran estudios profundizados de los géneros cinematográficos o de la cinematografía nacional y la historia del cine, o la crítica cinematográfica especializada, como lo es la revista ecuatoriana Fotograma.

El tercer lugar, el de los textos teóricos y estéticos, incluye todos aquellos manuales a la iniciación cinematográfica con análisis sobre el uso y resultados de tal o determinado recurso, técnico y estético. También incluye todos aquellos estudios y ensayos encargados de desmembrar el discurso cinematográfico sea una película, una escuela, una teoría previa, desde el lenguaje del cine en relación, también, con otros campos de estudio como la semiología, la filosofía, el psicoanálisis, etc.

Asumir un solo canal de relación entre estos dos, puede ser tan desesperado como el que cree que el libro es mejor que el cine. Hay escritos que nacen y se someten a las adaptaciones o se hacen en función al cine, pero hemos visto como también pude darse una relación donde el cine alimenta los contenidos de los libros. Sólo basta saber sobre qué se hablar, y desde el lugar de donde se habla.

Comments

Anonymous said…
El problema en realidad es que muchas adaptaciones no son valientes en cuanto a separarse del libro y crear su propia forma de narrar la historia. Hay adaptaciones fabulosas que lo son precisamente porque no se apegan a las reglas narrativas de una novela. Los restos del día, por ejemplo, es una buena película porque decidió no narrar la historia desde el mayordomo en primera persona, como en la novela de Ishiguro, sino en una tercera focalizada.

Mónica Ojeda.

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