Pensar que el cine ecuatoriano
puede estar desprendido de algún modelo de desarrollo y producción, de
constitución de su cinematografía, sería de ingenuos. Es por esto que toda
producción audiovisual realizada en Ecuador es de gran importancia para
fortalecer su filmología.
El 2010 es un año particular no
tanto por sus descubrimientos alcanzados sino porque es hasta este año donde se
ha logrado acumular una cantidad de estudios, experiencias, saberes, teorías,
distribuidas entre y aceptadas por la colectividad audiovisual, permitiendo
identificar tendencias, modelos, géneros ante los que uno se enfrenta, ubicar
en relación con otros modelos y trazar el lugar evolutivo del cine ecuatoriano
en el marco del tratamiento de discurso y formas correctas del manejo de las
herramientas de narración y encuadre, encontrando tanto novedades como
extensiones de un modelo aun primitivo.
Ficciones.-
No se puede negar que “Simón el
gran varón” tiene reminiscencias de un Porter que hace de las huasadas de la
Marquesina unos prolongados planos como si de Sheriffs’ bailando se tratara,
que no mide los raccords del
plano-contraplano ni calcula el valor estético y referencial de los escenarios
que asume cualquier calle del centro guayaquileño como alguna de la Yoni.
Si Porter es para Bárbara Morán
Sanchez, a Elio Pélaez le toca asumir al depurado Griffith, que ha demostrado
con su persistente trayectoria una evolución en el manejo de las herramientas
narrativas consiguiendo con “El eco de una mentira” el nacimiento de una noción
de progreso respecto al cine bajo tierra.
No es atrevido afirmar que Intersección, su último trabajo, es una
apuesta a la fragmentación cronológica del relato y juegos de montaje que superan
la linealidad comercial y los tiempos muertos de “Zuquillo Exprés”, evidentes
al inicio de algunos diálogos, volviendo extraña la comunicación entre estas mercaderas que no hacen más que
encomendarse a dios, dormir, comer, y ver puro follaje, en un devenir de
secuencias de acciones distendidas que resultan en una pobreza discursiva:
cincuenta minutos de carretera sin evolución.
El “Prometeo” de Fernando Mieles
ilumina de manera distinta la visión respecto al cine ecuatoriano. Por un lado,
supera con creces las películas mencionadas, siendo además la más laureada del
2010, reivindicando la visión que se tenía sobre la comedia hacia una propuesta
inteligente, reivindicando el cine desde Guayaquil después de haber sido dejado
en retazos, convirtiéndose en el filme bisagra, como bautizó Jorge Luis
Serrano, que sucede cada diez años y que se caracteriza por su numeroso público
y su aporte inspirador en las cinematografías futuras. Un “Prometeo” a través
del cual se ve una madurez de discurso que se apoya en los recursos de
referentes mayores (Kusturica, Fellini, Scola, Meirelles) ajenos a los modelos
de representación hollywoodenses, sin enemistarse con la audiencia ni con los
círculos intelectuales.
Esta reivindicación del cine en
tanto manejo de herramientas es también evidente en los formatos de menor
duración. Ana Barragán, en su corto “Despierta”, nos muestra las dolencias
premenstruales de una niña sutilizadas por un manejo de encuadre y cromática
que remite a los tratamientos que Lynne Ramsay, buena composición y niños,
aplica en sus trabajos. Su segundo corto, “Domingo Violeta”, cambia las directrices oníricas y distendidas del primero para
proponer un mundo extrañado, de huellas, que se desdobla en un bosque
abandonado, y cuyo conflicto es difuso e incierto. Propuesta distinta ofrece
Joe Houlbec al lograr construir un mundo cortazareano
de lugares que parecen distribuir sus calles como cuadros en un juego de rubick y personajes cómicos dotados de
particularidades extrahumanas que les permiten potencializar sus características.
En “Beueu” se apuesta por lo fantástico; no da explicaciones pero nos permite
creer en lo que vemos, aun cuando el lenguaje con el que experimenta en sus
personajes sean los sonidos instrumentales.
Documentales.-
Es quizá en el 2010 donde el
documental ecuatoriano, o por ecuatorianos, confirma un nuevo acercamiento que
dista de esa persecución enfermiza por una identidad nacional o de acusaciones
beligerantes contra posibles culpables. La redención de los documentalistas no
está en la búsqueda de verdad; su preocupación es el proceso, el diálogo.
Así lo demuestra Juan Martín
Cueva con “Frontera sin norte”, donde busca de la gente las causas posibles de
la migración de colombianos a los pueblos ecuatorianos aledaños a las fronteras
y cómo sus asentamientos han condicionado el modo de vida de esas comunidades.
A través del mismo diálogo, sin condiciones geopolíticas, se expone y recuerda
la familiaridad de los pueblos y se invita a resolver los problemas, si bien no
nacionales, por lo menos sí de esos pequeños sectores, hacia una cultura de
paz. Este documento ofrece una aproximación distinta para con esas comunidades
periféricas donde no se las viste con el atuendo victimario de un sastre
intelectual. Aun cuando una mujer indígena lloré la muerte de “Bosco Wisum”, no
es el trágico abandono lo que se quiere ver de ella. Julián Larrea desfigura el
clásico discurso sobre el indígena para mostrarnos la determinación de un
pueblo de más de quinientas comunidades que es consciente de lo que defiende y
por qué lo defiende, que, como muestra en “Numtaketji”, tienen una gran
capacidad de organización y una iniciativa de diálogo y preservación cultural.
No acusa al silencio de los medios o entidades políticas por marginar esas
voces, pero ciertamente estos filmes nos inscriben una necesidad de no olvidar
y de reconocer y dejar reconocer esas voces. Bajo esta misma causa, nos hizo
conocimiento David Rubio de que la población argentina estaba conformada, en
una tercera parte, por la raza negra y que a pesar de todo su aporte cultural,
desde la música hasta el lenguaje, fueron callados y desconocidos, así como los
habitantes de “Defensa 1464” que tuvieron que abandonar su casa y sus proyectos
por falta de oídos.
La reivindicación documental se
encuentra también en la preocupación del autor por aspectos estéticos y
narrativos, lo que hace, a su vez, que estos resultados se inscriban en
subgéneros del documental como lo sería “Five ways to Dario”, un documental narcicinema que, como “Tarnation” de Caouette
o los trabajos de McElwee, el autor y protagonista
transita con la misión personal de recopilar información que le ayude a
explorar su yo. Destaca un atento
trabajo de línea gráfica que acompaña al efecto stopmotion que anima el inicio del filme así como separador de
historias y que se grafica incluso en el dvd. A diferencia de los trabajos
mencionados, Aguirre subraya continuamente el recurso del viaje para no
olvidarnos del eje de su trabajo, haciendo de este docudrama un discurso que se
acerca al del road movie dejando
incierta su evolución.
Bajo estos lineamientos de
cuidado narrativo y estético se haya “Mejor que antes”, trabajo inquietante por
su armado que se presenta frente a un espectador como rompecabezas cuya
linealidad no se haya en la forma de las piezas sino en el profundo sentido en
cada uno de las secuencias. La presencia inicial de un director que quiere un
tipo de música para su toma, apunta al deseo como un camino común por el que
todos transitarán: la pareja evangélica, el idealista, la empleada doméstica;
todos estos, deseos de los hijos de un deseo mayor llamado Eloy Alfaro. La reconstrucción
de un deseo, o más bien, el intento por reconstruir, en apariencia fallido al
revelarse los dramatizados con efecto vintage
del general. No pasan por alto los híper-zoom de las gotas de agua que llevan
hasta la imagen hasta la abstracción, como juega Antonioni en Blow-Up o como lo
hacía Renoir en sus cortos silente y que fueron recurso de la escuela francesa
de montaje, el recurso del agua para hundirse en el sueño.
Continuará.-
Hacer una revisión al pasado no es sólo una tarea de
mnemotecnia numérica, nombres estelares y patrimonio. Un Odiseo que evaluase la
trascendencia de su viaje desde la afectividad, hubiese sido retenido por
Circe. Propp y Campbell aportan a la idea de una revisión que retoma los
caminos recorridos y espectarlos en
su conjunto. Hacer una revisión al pasado es poder distinguir, medir, evaluar,
comprender, los procesos en un presente y proyectarlos en un futuro.
Verborrear estas obviedades no tiene por
intención descubrir aguas, pero sí busca refrescar la mente de los
espectadores, la de aquellos pretendidos, que se olvidan de la posible
presencia de los modelos de representación y de la importancia de cada uno de
los componentes que lo conforman, y que es imprescindible para medir nuestra
evolución cinematográfica.
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