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Lucrecia Martel - Santa Ciénaga o El valor de la ruptura y lo irrelevante



Después de ver “La niña Santa”, la personalidad morbosa de uno se pregunta “Por qué? Por qué no se mostró a la chica haciéndose a sí misma? O al flaco que le hacía a la otra!?” Lo mismo podría pasar con “La Ciénaga” en ciertas escenas conflictivas o provocativas. Mas, es ahí cuando la personalidad crítica, la creativa, la creadora, para quien la tenga, se dice que eso es lo maravilloso, pues en ese no ver puede estar la verdadera sensualidad, misterio, pasividad, incertidumbre; la vacilación que juega Martel sobre el bien y el mal, no sobre el enfrentamiento entre ellos, sino sobre esa dificultad para distinguirlos.


Con sólo dos películas y un corto como todo su repertorio, Lucrecia Martel ha creado ya un lenguaje propio, su código. Aquí se recurrirá sólo a sus dos largos proyectos. En estos, las historias son simples: en el primero, en una ciénaga, vive una mujer cincuentona que tiene cuatro hijos y cuya mayor preocupación es conseguir hielo para refrescar sus tragos y buscar un culpable en su empleada doméstica cuando se “desaparecen” las toallas. A pocos kilómetros, en el pueblo, vive su prima Tali, también madre de cuatro hijos. La segunda visita a la primera e intercambian miradas sobre sus vidas. En la segunda película una adolescente, Amalia, está en busca de alguna revelación místico-religiosa que la conllevará a un encuentro más carnal que espiritual. El elegido es el Dr. Jano, médico, que por un congreso llegará al hotel de provincias en el que viven Amalia y su madre, Elena, por quien tiene una cierta atracción.


Sencillo, al parecer, pero como en una ciénaga, el discurso se maneja bajo una capa no visible y a veces intangible, o por lo menos, no directa. Más, es esta la regle du jeu de Martel y con la que construye este mundo aparentemente incompleto, ‘ya comenzado’, tanto en las acciones como en el tiempo: el fuera de campo. Un fuera de campo trabajado tanto en la imagen como en el sonido. Sin incorporar sonidos extradiegéticos, hay una exacerbada utilización del sonido, tanto por su ausencia como presencia, no sólo por la cantidad de capas que pueden guardarse en un encuadre, sino también porque a la vez de ser puro, ha sido éste retocado para que tenga una importancia de casi constante primer plano sonoro, efecto que ayuda en sus momentos a otorgarle esta violencia dramática, aunque no por ello debe entenderse que todos los sonidos tienen la correlativa presencia de su fuente en el cuadro.

Un ejemplo, tomado de “La Ciénaga”, cita a los chicos cuando estos salen de caza. No sólo esas escenas carecen de interés para el desarrollo de la trama, pues no eran necesarias para el avance del discurso. Nada de lo que allí se oía tenía su correlato con la imagen; sin embargo, este contrapunto carga a los planos de un clima de tácita violencia. Y es que esta presencia desde la misma ausencia amplía el ámbito del universo diegético, le otorga volumen y perspectiva sonora. Lo expande de manera tal que todo el espacio circundante pareciera operar como una gran caja de resonancia, tomando a la par la situación de estancamiento de los personajes, siempre en un mismo lugar, siempre sin poder superarse ni superar sus problemas, en medio de esta selva donde un disparo de escopeta retumba por todos lados, claramente. 


En el caso de “La niña santa”, la sonoridad afectará directamente a los personajes, siendo Elena la primera donde se revelará esta gratitud sensorial. Su estribo no consiste en oír de menos sino en oír de más, aunque pareciera no ver nada, ni la tele antes de dormir ni lo que ocurre en su hotel. Mas, será el Dr. Jano quien participará de un acto sonoro directo, siendo provocado por Amalia cuando lo ve tras la cortina de plástico mientras éste está en la pileta. Todo apacible, y es un “tic tic” de las uñas de la chica contra los ganchos que sujetan la cortina lo que desarmonizará la vida del Dr. y a esta última en una aparente crisis, confundiendo lo que cree ser el llamado de Dios y un cierto sentimiento por el Dr.

En la imagen, es este relato moderno el que impide el transito de la fluidez clásica, encontrándose así con nexos débiles entre las escenas, con abundancia de tiempos “muertos”, estancados, careciendo de una progresión dramática que conduzca a un final esperado. También esto de “entrar” a una escena, como si esta hubiese empezado anteriormente y es la cámara la que demoró en llegar, registrando sólo el momento, o el afecto, como diría Deleuze en imagen-tiempo, dando a este recurso empleado por Martel, una extraña semejanza a los trabajos de Cassavettes. Y también, nuevamente, el no mostrar todo, sea como en el exagerado caso citado en un principio o como la construcción del discurso en general.

Esta disección de los cuerpos, hacerlos incompletos, y nunca, refiriéndonos a “la niña santa”, un plano general, nada que destaque un posible respiro, sino más bien este encerramiento que acentúa el padecimiento de los personajes donde sus acciones parecen no fluir en ninguna dirección, funcionando de igual manera en “La ciénaga”. Personajes a veces marginados en un último plano y siempre un elemento que se antepone a ellos. Fíjese en “La niña santa”, cuando en estas reuniones sobre Dios, Amalia parece estar siempre al fondo, por detrás de sus compañeras. En “La ciénaga” no hay una necesidad emergente por este recurso, salvo en ciertas ocasiones, como al final cuando el hijo menor de Tali “cae” de las escaleras. Aquí tampoco se ve la caída, se escucha. La ruptura de esta totalidad juega, de igual manera, misteriosamente con el espacio, al no saber en principio, o por mención de los personajes como en “La niña santa”, en dónde se desarrolla la historia, haciendo imposible una rápida ubicación.

Más en “La ciénaga” que en su segunda película, Martel busca fuerza en lo casi irrelevante. Irrelevante para la historia, pero interesante para la narración, es cuando incorpora escenas casi insustanciales, sin sostén. Los ajíes que produce la familia de Mecha están tan ausentes en la representación como la Virgen del Perpetuo Socorro que se aparece en el tanque de agua de unos vecinos.

La ausencia significativa más la ausencia visual, es casi la misma ausencia que sufren esos personajes estancados, insignificantes para el mundo y ciegos para y entre ellos.






Bueno aires, 25 de noviembre del 2006

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